sábado, 5 de septiembre de 2009

El ocaso no avisa


Qué triste historia, Casilda. Hay una persona que conozco hace muchos años. Nunca fuimos amigos cercanos. De hecho me desagradaba su manera divertida de ser y su risa un tanto escandalosa... era lo que se llamaba un ser sociable, en grado extremo, todo lo opuesto a mi personalidad. Recuerdo tantas veces que se acercó en plan amistoso al que yo le respondía secamente, por cortesía. No me daba remordimiento cuando llegaba con amigos a un restaurante y lo veía comiendo solo en una mesa, era incapaz de invitarlo a que se nos uniera. Nunca entendí ese grado de antipatía que desarrollé por ese personaje.


Ahora me entero que murió... así de simple y sencillo... un ataque fulminante al corazón se lo llevó. Mi primera reacción fue pensar: "Tan buena persona que era, tan divertido, siempre tan campechano", para luego volver a la realidad. Ahora me pregunto... ¿Por qué le tenía tanta inquina? La unica respuesta que me vino a la mente fue me hubiera gustado ser como él: sentirme a mis anchas en cualquier lugar sin tener que estar preso de un constante miedo escénico (¿envidia?). No lo niego, me sentí mal. Cuando la gente la tenemos cerca nos podemos dar el lujo de hacer cuantos juicios de valor nos vengan en gana. Lo que pasa es que olvidamos que nada es eterno, ni la vida misma. Nada costaba darle una oportunidad y abrir un canal de amistad, ya es muy tarde.

La muerte puede ser el inicio de muchas cosas. En mi caso, revisar mis juicios a priori de las personas... y tratar de abrirme más a la gente y no condenar sin saber.

Mi moraleja final es: aprende de las fortalezas de los demás, no las envidies... descansa en Paz.
Como ves Casilda, seguimos siendo niños inseguros... cuánto tenemos que aprender.


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