lunes, 6 de noviembre de 2006

EL SANTUARIO DE LOS ANIMALES (una historia de EL BOSQUE ESCONDIDO)


Bianca, tenía diez años, cabellos negro, ojos almendradoss y una piel blanca como la leche. Vivía en una casa grande, cerca del edificio donde vivían José y Many. Era lo que muchos adultos llamaban “una chica modelo”. En realidad no tenía muchos amigos ya que, especialmente las niñas, se burlaban de ella, porque les molestaba que sus padres se la pusieran siempre de ejemplo de cómo debían comportarse. La mayor parte del tiempo su única compañía era un hermoso gato negro llamado “Niebla”, que sus padres le habían regalado. Era una mascota muy vivaracha, que la recibía dando brincos de alegría cada vez que llegaba a casa, se le trepaba a las piernas cuando ella estaba estudiando sus lecciones, y buscaba todas las manera de llamar su atención. Desafortunadamente Niebla tenía la mala costumbre de escaparse de la casa cada vez que alguien, por equivocación, olvidaba cerrar la puerta de entrada.


Esa tarde el portón del jardín había quedado abierto, situación que aprovechó el pequeño felino para salir a la corretear por la calle. Bianca no se había percatado de la ausencia del gato y estaba muy tranquila leyendo en su habitación. Mientras Niebla se encontraba dando vueltas por la calle, disfrutando de su repentina libertad, Pedro, un chico del barrio, lo avistó. Estaba inmóvil, observando al gato con un biombo en la mano. Aparentaba más de los once años que tenía. Era alto y robusto, con el cabello ensortijado escondido bajo una gorra. Tenía una sonrisa de maldad en los labios y su mirada estaba fija en el gato mientras tomaba una piedra con el fin de lanzarla contra él. Niebla, que no se había percatado del peligro, jugueteaba con una pequeña pelota olvidada por algún niño. Antes de que pudiera reaccionar Pedro lanzó una pedrada al gato, que le golpeó la cabeza, lastimándosela. La reacción inmediata del felino fue salir corriendo sin rumbo buscando protección.


Otros niños del barrio se dieron cuenta de lo que ocurría y en lugar de ayudar al infeliz animal, se unieron a Pedro en su persecución. En un momento dado lo acorralaron frente a unos tanques de basura que estaban situados frente al edificio donde vivían José, su hermano y su mamá. Sin ninguna misericordia arremetieron contra Niebla lanzándole toda clase de objetos, mientras este lanzaba alaridos de dolor. Esto provocó que Bianca y su madre al igual que otros vecinos salieran al ver que ocurría. Al darse cuenta de esto, Pedro y los chicos, como buenos cobardes, salieron corriendo a refugiarse en sus casas. Sin embargo para Niebla ya muy tarde, había caído en el sueño eterno, había muerto. A pesar de las súplicas de Bianca (¡Niebla despierta!), y los intentos de salvarlo de un veterinario que era vecino en la calle, no había nada que hacer.


José, quien desde la ventana de su habitación lo había visto todo, bajó corriendo junto a su madre y hermano a tratar de ayudar a Bianca también. Sintió un nudo en el corazón cuando vio como llevaban el cuerpo inerte de Niebla y a su amiga llorando desconsoladamente.


– ¡No es justo, no es justo!–era lo único que repetía la niña.


Llevaron a Niebla al patio de la casa y ahí lo enterraron, en presencia de su dueña, que no paraba de llorar y los padres de ella, quienes no podían esconder la indignación. José, Many y la madre de estos. quien era muy amiga de la familia de Bianca, los acompañaban también mostrando en sus rostros un claro disgusto.


–No te sientas mal–le decía Veyra, la madre de Bianca– piensa que Niebla fue feliz mientras te tuvo a ti. Ya no está con nosotros, pero siempre estará su recuerdo.


–Pero mamá– le contestaba la niña ahogada en llanto– no es justo. No es justo lo que esos niños hicieron ¡son malos!


–Esos niños recibirán su castigo. Yo hablaré con sus padres. Tú no te preocupes – y rodeándola con sus brazos la llevó a casa.


Mientras, afuera quedaron José y Many también molestos por lo que había hecho Pedro.


–Se me ocurre una idea–dijo José, mientras sostenía el silbato que le había regalado la bruja Casilda entre sus manos– creo que ella puede resolver este problema.


– ¿La vas a llamar?–preguntó Many emocionado


–Sí–le contestó José–vamos detrás del edificio, ahí no pasa gente, y no hay cemento, sino tierra.
Y hacia allá se dirigieron. Una vez que estaban fuera de la vista de todos y parados sobre la tierra José hizo sonar el silbato. Como ya lo sabían no produjo ningún sonido, pero antes de que terminaran de usarlo un remolino de tierra se formó frente a ellos y ahí la tenían, sonriente a la buena bruja, con su guiño.


–Hola mis niños–dijo mientras les acariciaba la cabeza–que lindo verlos, cuénteme ¿para qué necesitan a su amiga Casilda?


–Bruja, algo horrible le pasó a una amiga nuestra–empezó a decir José, y acto seguido le contó todo lo sucedido.


La bruja escuchaba seria, y por primera vez desde que la habían conocido los niños pudieron advertir una mirada de ira contenida en sus ojos. La bruja les dijo que se prepararan, que esa noche iría a visitarlos a ellos, y que también quería conocer a Bianca.
***
Esa noche la niña seguía con los ojos rojos del llanto. Su madre le sugirió que rezaran, y luego le dio un beso y le dijo que al día siguiente se sentiría mejor. No se habían dado cuenta que la bruja en compañía de José y Many los observaban desde afuera de la ventana. Esperaron a que la dejaran sola, mientras la madre iba a la sala de la casa a hablar con el padre de la niña.
José aprovechó el momento para tocar la ventana de la habitación de Bianca.


–Bianca– la llamó suavemente– somos José y Many.


La niña se acercó y pudo ver a sus amigos en compañía de una señora regordeta vestida con una túnica blanca.


–Esta es nuestra amiga Casilda– le dijo José–, es una bruja buena y ella con su magia te va a ayudar.


Bianca estaba confundida con eso que le habían dicho.


–No tengas miedo– le dijo ésta con mucha ternura– vinimos a consolarte y a llevarte a dar un paseo con nosotros para que te sientas mejor, mi niña dulce.


– ¿Pero cómo voy a salir a un paseo a esta hora y cómo eso me va a hacer sentir mejor?–dijo ella
Para sorpresa suya se dio cuenta que José y Many se sentaron en una alfombra que empezó a elevarse del suelo.


–Vamos, sube con nosotros–le dijeron los chicos.


La niña miraba con gran asombro.


–Pero, y mis papás, qué dirán si se dan cuenta que no estoy–preguntó preocupada.


Nuevamente entraron en escena los relojes mágicos, le dieron uno a Bianca y le explicaron cómo funcionaba. Finalmente accedió, y ante los ojos maravillados de la niña, se elevaron por los aires siguiendo a la bruja que iba en su escoba voladora.


Aún con la repentina emoción de salir volando por los aires, Bianca sentía una punzada en el corazón. La pérdida era muy grande, era como si dejara un vacío inmenso, como si le hubieran arrancado algo por dentro. De pronto pensó que si era cierto que esa señora era una bruja buena, tal vez ella le podía regresar a Niebla.


–Dime bruja ¿a dónde vamos?– preguntó José curioso.


–Ya verás niño pecoso. Primero necesito que la niña dulce me diga donde viven esos niños cobardes y cómo se llaman.


–Uno de ellos se llama Pedro, los otros no los alcancé a ver– le respondió ésta, y desde arriba le mostró la casa donde vivía el chico abusivo.


–Perfecto–le dijo la bruja– nuestra primera parada será el Bosque Escondido.


José y Many se emocionaron ante esa nueva oportunidad de conocer más del lugar. Bianca, por su parte, al fin se atrevió a preguntar:


– ¿Me vas a regresar a Niebla con tu magia?


–No puedo, niña dulce, eso es algo que no alcanza mi magia. Pero no te entristezcas, piensa en los recuerdos que quedaron de Niebla, en lo feliz que fue contigo.

Era lo mismo que le había dicho su madre, sin embargo, esas palabras no disminuían su dolor. Luego de volar por los aires y dejar atrás las luces de la ciudad empezaron a adentrarse por áreas boscosas hasta que llegaron a las montañas que rodean al Valle de Antón, desviándose luego por la ruta secreta y, tal como lo dijo la bruja Casilda aterrizaron en el Bosque Escondido, en un área frondosa llena de pequeñas lucecitas que parecían luciérnagas. Eran las hadas del bosque.


–Hola chicas– dijo la bruja –, necesito hablar con el hada Florabel ¿alguien la ha visto?


–Acá estoy Casilda, ¿que ocurre?–le contestó una pequeña hada con diminutas alas parecidas a una libélula.


–Tengo un trabajo para ti – e inmediatamente le explicó lo que había sucedido con la mascota de Bianca. Y dirigiendo su mirada a los niños les dijo: –Ahora nosotros proseguiremos el viaje.


– ¿Qué va a hacer esa hada?– preguntó curiosa.


–Ya te enterarás mañana a primera hora, mi niña dulce; no te preocupes.


De esa manera siguieron su vuelo. Salieron del Bosque Escondido y se dirigieron a otra región que no conocía ninguno de ellos.


– ¿A dónde vamos?– preguntaron curiosos.


–Vamos a un lugar que se llama “El Santuario de los Animales”, es un lugar donde llegan animalitos maltratados, que han sido sacados del lugar donde viven. Son seres que necesitan de mucho cariño, especialmente de una niña tan buena como tú, mi niña dulce.


A los pocos minutos estaban sobrevolando otra área boscosa en la que, a la luz de la luna, se veían pequeños y grandes animales, algunos jugueteando, otros simplemente durmiendo. Había lagunas con aguas cristalinas, riachuelos, árboles gigantes repletos de nidos de aves que empollaban a sus crías. Parecía un verdadero paraíso terrenal.


Luego de aterrizar caminaron por un sendero rodeado de flores, que incluían muchos arbustos de la amistad. Los niños contemplaban todo el lugar maravillados, hasta que al fin se sentaron los cuatro en un gran tronco, a observar como diversas especies de animalitos se les acercaban: monos perezosos, una preciosa ardilla, un gracioso mono tití que se trepaba en el hombro de la bruja como queriendo decirle algo.


–Mandrico–le reprendió–no debes estar fuera del Bosque Escondido. Tu hogar es allá–y con un pase de su bastón mágico hizo un torbellino de tierra que succionó al monito.


– ¿Por qué hiciste eso?–preguntó Many, molesto–yo lo quería para llevármelo a la casa.
La bruja soltó una carcajada.


–Te aseguró que no querrás tener al mico Mandrico de mascota en tu casa, niño flaquito.


– ¿El mico…qué?–preguntó José


–Uy, niño pecoso–le contestó Casilda–es una larga historia, solo te puedo decir que es un mono parlanchín, habla hasta por los codos.


– ¿Un mono que habla?–preguntó Bianca, como volviendo a la vida
–Bueno, mi niña dulce–le contestó la bruja guiñándole el ojo–sólo cuando está en el Bosque Escondido. Pero este mico es sumamente inquieto y le gusta salirse de los límites del bosque y cuando eso ocurre pierde el don de la palabra.

José volvió a sentir otra inquietud, pero ésta se refería al lugar en que estaban en ese momento. ¿De quién era? ¿Quiénes lo cuidaban para que estuviera tan hermoso?


– Este lugar le pertenece a ellos, a todos los animalitos que viven acá–le contestó Casilda–, es cuidado y protegido por un hombre que conoció la magia especial y creó este santuario, para protegerlos y que vivieran libres.

– ¿Qué es la magia especial, brujita?– preguntó intrigada la niña.


–No te la puedo explicar con palabras, pero esa magia ya existe en todos ustedes y la irán conociendo poco a poco–le contestó, mientras pasaba su mano afectuosamente por la cabeza de la niña. Luego agregó: – De hecho hoy han visto un aspecto de ella, el amor a la naturaleza y los animales.


Bianca sonrió, miraba a todos los animalitos con mucho cariño, cuando de repente de entre aquellos que le rodeaban apareció un pequeño perrito, que no podía tener más de un año. En cuanto vio a Bianca empezó a mover su colita y se le acercó.


–Vaya, parece que le caíste bien, tienes un nuevo amigo– le dijo la bruja sonreída.


La pequeña lo tomó en sus brazos y lo empezó a acariciar mientras éste trataba de pasarle la lengua por su cara.


–Te ha escogido como amiga– agregó Casilda– vamos, llévatelo a casa, necesita también de alguien que lo quiera.


–Pero no es Niebla, y nunca podrá reemplazarlo– le contestó ésta con lágrimas en los ojos.


–No, jamás llenará el lugar que Niebla tenía en tu corazón. Pero no por eso debes cerrarte a la oportunidad de querer y seguir llenando de amor a otros seres que se acerquen a ti. Estoy seguro que a Niebla no le hubiera gustado verte así.


–Entonces... ¿es mío?– preguntó la niña.


–Y tú de él– contestó con ternura la bruja, acariciando su cabeza– ¿cómo le vas a llamar?


Bianca levantó la vista al cielo repleto de estrellas, y vio el blanco pelaje del cachorro.


–Lucero–le contestó–se llamará Lucero.

Todos lucían satisfechos. Había sido una experiencia hermosa. Many por su lado insistía en que él quería llevarse también algún animalito de mascota, mientras agarraba a una pobre ardilla por el cuello. La bruja le sonrió.


–No creo que ellos estén listos para tenerte como su amo–le dijo, mientras Many pateaba el suelo molesto –tienes que aprender a ser más gentil con ellos. Pero no te preocupes, ya lo harás.
El niño no parecía convencido, pero no le quedó más remedio que aceptar lo que le decían.

Finalmente todos emprendieron el regreso a casa. La niña seguía sufriendo por la pérdida de Niebla, y seguiría sufriendo por mucho tiempo. Pero había aprendido una lección: que, si bien había seres en nuestra vida que no podíamos reemplazar una vez que lo perdíamos, siempre debíamos mantener nuestro corazón abierto a otros que también llegaríamos a querer profundamente.


Al día siguiente Bianca se despertó con los alegres lamidos de su nueva mascota. Ella lo tomó en sus brazos, cuando la puerta de su cuarto se abrió. Era su madre.

– ¿Verdad que está hermoso ese perrito?– le dijo– tienes que cuidarlo como hacías con Niebla.
Bianca quedó extrañada. Durante el camino de vuelta, la noche anterior, pensaba en la manera de explicarle a sus padres sobre Lucero, y ahora resultaba que ellos ya sabían de él. Seguro que era la magia de Casilda que observaba la escena a través de la ventana. Al cabo de un rato la llamó su papá.


–Bianca, ven afuera que Pedro quiere hablarte– le dijo.

Ahí estaba, el chico grandulón con los ojos húmedos de haber llorado. Entre sollozos le pidió perdón por haberle matado a su gatito. Le dijo que nunca había pensado en el daño que estaba haciendo, hasta que la noche anterior una pequeña luz entró en su habitación y como en un sueño volvió a ver toda la escena de lo ocurrido, pero sintiendo él, el dolor de las pedradas en el cuerpo, tal como lo debió sentir Niebla y también la tristeza que sintió Bianca al perder a su felino amigo. Ahora en él no cabía más sentimiento que el arrepentimiento, reparar el daño hecho, y no lastimar más a los animales ni a las personas. Bianca no dijo nada, sólo escuchó. En el fondo lo perdonó. Ya suficiente castigo tenía con el peso de sus actos en la conciencia.

Al final, este incidente sirvió para que tanto Bianca, como Pedro quedaran incluidos en el grupo de amigos de la bruja Casilda que conocerían la magia especial del Bosque Escondido.