miércoles, 7 de junio de 2006

La historia de la Cuchi


¡Ay, no! Si supieras, Niño Grande, me fui a visitar a viejas amigas del bosque que ya son adultas...y escuche a Melissa contando esta historia,

besos,
Casilda


¡Qué barbaridad!, siempre me arrepentiré de haber invitado a la Cuchi a formar parte de nuestro Comité de Ayuda Social. Su comentario inicial sobre el “baño de pueblo” que nos íbamos a dar, al enterarse en qué cafetería nos reuniríamos, fue la primera señal de alarma.
Pues bien, la cita en cuestión era a las tres de la tarde (para darle tiempo a que fuera al salón de belleza). Nos acompañaron Teresita y Maruquel, dos amigas muy queridas para mí. Cuando llegamos al punto de reunión, la Cuchi empezó a la carga.
– ¡Ay, no! en la terraza del restaurante no, llegan demasiados pedigüeños, además se dañará mi blower con la humedad.
Ni modo, entramos y nos acomodamos en una mesa para cuatro personas. Teresita, con su acostumbrada formalidad, dio inicio a la reunión. El punto central era una visita al hospicio de Santa Eduvigis…y la Cuchi atacó de nuevo.
– ¡Ay, no! recuerdo cuando Manonguita me llevó a uno de esos orfelinatos, los niños me abrazaban y besaban, me tuve que bañar de pies a cabeza cuando regresé a casa.
Un silencio rodeó la mesa…traté de desviar la atención retomando el tema.
– ¿Y cuando es la visita, para revisar mi agenda? – pregunté seria.
– El último jueves de junio – respondió con frialdad Teresita.
– ¡Ay, no! ya mi bello-bello me dijo que en esos días nos íbamos para Orlando.
– Qué lindo, ¿se van con los niños? – intervino por primera vez Maruquel
– ¡Ay, no! cómo se te ocurre, ellos se quedan con mi suegra.
Otro silencio en la mesa, que fue interrumpido nuevamente por…ya saben quién.
– ¿Es que acá no atienden? Está bien que esté a dieta pero no me maten de hambre…oye tú, esta niña, ¿quién atiende esta mesa?
La mesera se acercó apenada.
– Ustedes disculpen señoras, pero hay poco personal hoy, y…
– Eso no es asunto de nosotras, te voy a reportar con el gerente, ¿cual es tu nombre?
– Yarutzenia –contestó agachando la cabeza.
La Cuchi soltó una carcajada. Luego de que tomara las órdenes la muchacha se retiró. Teresita intervino.
– ¿Qué te hizo tanta gracia?
– ¡Ay, no! a quién se le ocurre ponerle ese nombre a alguien, es como la hija de mi empleada que se llama Emileidi.
En esta ocasión la tuve que llamar al orden, ya que las personas de las mesas vecinas empezaban a poner sus ojos en nosotras. Pero ella parecía no dar tregua a su lengua.
– La secretaria de mi bello-bello se llama Galamatía, ¿quién se va a fijar en ella con ese nombre?
Me mordí la lengua para no decirle que su marido. Fue entonces que Teresita saltó al rescate.
– Por cierto Cuchi, por qué nunca usas tu nombre verdadero en lugar de ese apodo, ¿acaso también tienes un nombre raro?
–¡Ay, no! ¡Nada que ver! Tengo un nombre muy Cristiano, mi mamá era devota de la Virgen – dijo cambiando el semblante– lo de Cuchi me lo dicen desde que era una chichí.
– ¿Cómo te llamas? – insistió Teresita.
Ante el evidente silencio de la interpelada no me quedó más remedio que contestar yo, poniendo énfasis en todas las sílabas.
– Su nombre completo es: MARIA DE LOS DESAMPARADOS
– ¡AY, NO!– gritamos todas al unísono, entre carcajadas